jueves, 14 de abril de 2011

A.

Sentí que me caí, que volé tan alto intentando creer alguna vez,
que la vida llora de diciembre a enero de un tiempo recorrido y ya pasado,
sobre mis tierras taurinas que yacen desérticas, abandonadas,
secadas sobre la necedad de un ser hambriento de mi.
Me duele todo, la impetuosidad, el engaño que se cree omisión,
el oído medio, el oído sordo, el oído del corazón.
De la cabeza a los pies descalzos e insensibles de mi ser monocromo
artificial y desdichado,
pero no sufro, ya no sufro, dejaré de llorar,
de pensar, de articular sinónimos para el amor
para la inexistencia
sinónimos de soledad por querer estar sola
en vez de sentirme usada, maltratada, imbécil
como siempre lo he sido,
pero dicto entre el sediento color azul de mi alma
que la prisa se ha acabado, y de las muertes que no se hable más,
porque siento como jamás antes,
que el trozo de corazón y enamoramiento se carbonizó,
pero he de tranquilizarme porque a partir de este negro que ya no palpita
crearé dibujos que den gráfica a la nueva posición
que lo absurdo ya no alcanza y los colores prósperos
nacerán quizás algún día,
mientras espero sucumbir bajo los encantos de una u otra rama.